The following text is not a historical study. It is a retelling of the witness’s life story based on the memories recorded in the interview. The story was processed by external collaborators of the Memory of Nations. In some cases, the short biography draws on documents made available by the Security Forces Archives, State District Archives, National Archives, or other institutions. These are used merely to complement the witness’s testimony. The referenced pages of such files are saved in the Documents section.

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Eugenia Gutiérrez Ganzarain (* 1967)

Es diferente irte de un país por voluntad propia que verte forzado a tener que exiliarte, porque la conexión con ese país va a estar siempre en tu vida.

  • hija de Josefina Ganzarain y de Vicente Gutiérrez, ex preso político cubano

  • nació en La Habana en 1967

  • tercera de cinco hermanos y la última nacida en Cuba

  • con tan solo 14 meses emigró a España junto a su madre y hermanas para reencontrarse por primera vez con su padre

  • profundo sentimiento patrio, compartido por toda su familia

  • periodista y activista

  • tras la muerte de su padre en 2020, decidió involucrarse más activamente en la causa cubana y en la defensa de los derechos humanos

“La nostalgia de lo no vivido”: Eugenia Gutiérrez y el hilo que la une a Cuba

Eugenia Gutiérrez nació en La Habana en 1967 y salió del país con apenas 14 meses. Se crió en España, hija de padres cubanos y nieta de emigrados españoles. No tiene recuerdos propios de la isla, pero habla de un sentimiento que la atraviesa y que ha madurado con los años: “Si tuviera que decir de dónde me siento más, es de Cuba.” Ese vínculo, explica, no responde a la lógica, sino a una memoria familiar insistente: “Este es un sentimiento que no tiene nada que ver con las matemáticas - una persona que ha salido a los 14 meses, no se debería sentir de ese país.” En su casa, dice, “siempre se ha hablado de Cuba” y de la nostalgia de sus padres. De ahí nace lo que llama “una nostalgia de lo no vivido”.

El regreso que encendió una brújula

En 2016, aprovechando un aparente “aperturismo” entre Estados Unidos y Cuba, Eugenia decidió viajar a la isla. Quiso ver “ese país que mis padres me habían contado” y vivir “esa nostalgia de recuerdos que yo sentía”. El viaje empezó con un gesto simbólico: “Le dije a mi marido que iba a besar la tierra como El Papa y así lo hice.” No fue turismo, insiste, sino un itinerario de raíces: la casa donde nació, los colegios, la calle Obispo. Allí percibió belleza y derrumbe a la vez: “Sensación de un país que está en ruinas pero que no ha sido bombardeado” y, al mismo tiempo, “la isla es maravillosa, tiene unas posibilidades, o sea increíbles, es preciosa.”

Ese contraste marcó su mirada doble: sentir y analizar. “Quería sentir, pero por otro lado, sí quería analizar lo que había pasado.” Con empatía hacia la gente que se quedó –“no hay que culpar a las personas, hay que culpar al sistema y al régimen, son víctimas de todo esto”– fue registrando imágenes para sus padres, que no pudieron volver. En 2016 no había datos móviles: enviar fotos desde los puntos de acceso a internet era una pequeña odisea diaria que intensificó la experiencia.

Identidad, exilio y la herencia de un preso político

Eugenia reconoce que emigrar la marcó, aunque la decisión no fue suya: “Es diferente irte de un país por voluntad propia que verte forzado a tener que exiliarte, porque la conexión con ese país va a estar siempre en tu vida.” De sus padres aprendió prioridades que hoy transmite a sus hijos: “El valor de la familia, de la formación y de la educación, que es lo único que nadie te puede arrebatar.”

La muerte de su padre en 2020 –ex preso político, dirigente democristiano en el exilio– activó un compromiso más visible. Un año después, el 11 de julio de 2021, las protestas pacíficas en Cuba reavivaron su esperanza: “Fue maravilloso, después vino la represión…” Desde Madrid se acercó a la comunidad cubana recién llegada, conoció testimonios –“al estar en contacto con presos políticos, me ha afianzado que esto es importante”– y entró en organizaciones, incluyendo el partido en el que militó su padre.

Correr por quienes no pueden

En paralelo, Eugenia convirtió el running en plataforma cívica. Desde 2017 entra a los maratones con dos banderas –la cubana y la española– y en 2024/2025 impulsó la campaña “No los abandonemos”, asociada a su participación en el maratón de Madrid: “Decido hacer una campaña dirigida a los presos políticos y a sus familiares”, comenta subrayando que, conecta dos pasiones suyas – Cuba y correr. La llegada a meta fue un punto alto: “Entré con la bandera cubana, y en ese momento dijo [la locutora] ‘desde Cuba, vamos Eugenia’ fue un momento álgido, de muchísima felicidad.”

Un presente exhausto y una transición en marcha

Su diagnóstico del país no elude la dureza: “Cuba vive una crisis social, política, económica, institucional que no tiene precedentes.” Enumera carencias básicas – agua potable o si quiera agua, apagones constantes y un costo humano visible en la migración. En lo político, describe un patrón: “Cualquier persona que se manifieste, lleva a mayor represión. Tenemos 1000 y pico presos políticos.”

Aun así, insiste en el punto de inflexión: “El cambio es inevitable” y “ya no hay paso atrás.” Su horizonte es claro: “Estamos hablando de una transición, por cierto, pacífica, hacia la democracia y de Estado de Derecho.” Imagina un país con elecciones libres y garantías para todos: “Donde cada ciudadano pueda ejercer sus derechos y libertades, donde los derechos humanos y las libertades estén protegidos.” Añade una condición social imprescindible: “Una reconciliación entre los cubanos de dentro y de fuera, entre las antiguas generaciones y las nuevas generaciones.”

Tocar la isla para no olvidarla

De su viaje conserva objetos que son anclas íntimas. “Yo traje un puñado de tierra y un trocito que me regaló el guía del malecón” tras un huracán. Son sus símbolos para estar conectada. Sin embargo, resalta que hasta que no haya cambios, no va a volver a Cuba.

El día después

Eugenia se ha imaginado muchas veces la noticia de un final de régimen: “Imagino que cogería un avión.” Querría llegar sin restricciones, vivir ese momento histórico y compartir la euforia con la gente. Hasta que ese día llegue, mantiene el foco: “La causa donde nos tenemos que enfocar es en que haya ese ese ese futuro democrático.”

Su mensaje final es un llamado que trasciende fronteras: “La vida es bonita vivirla. Cuando estemos ya en democracia, la reconstrucción del país es quizás uno de los proyectos más bonitos que tengamos los cubanos.” Pide a la ciudadanía –en Cuba y en cualquier país– no ceder ante los abusos: “Las democracias se pueden debilitar, sí que creo que es importante, que la sociedad civil se movilice.” Y vuelve a su certeza central, aprendida en casa y confirmada en la calle: “El cambio ya está, es inevitable y solamente falta que se produzca la transición.”

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